La comunicación es el gran poder que nos diferencia del resto de las especies. Pero si no podemos ejercerla eficientemente, quizás es la que más nos acerca.
Comunicar asertivamente es, sin duda alguna, una característica de las personas exitosas. Si bien algunas de ellas cuentan con una destreza innata, lo cierto es que la comunicación es una habilidad que se puede desarrollar desde el conocimiento y mediante la práctica de los conceptos claves.
En todos mis cursos y charlas sobre habilidades de comunicación, me gusta introducir con estos principios que llamo “los imperdibles de la comunicación”.
1. Consciencia
2. Intención
3. Preparación
4. Repetición
El punto de partida para ser mejores comunicadores es ser conscientes de lo que cada paso, momento o etapa del intercambio de información o conocimiento implican. Saber que cada gesto que hacemos, el tono de voz que utilizamos, o la forma como nos ubicamos espacialmente, en una conversación, presentación o charla, lleva una carga de significación que afecta el resultado de lo que decimos y de la respuesta que obtenemos.
También es importante tener presente que el lenguaje nos acerca o nos distancia de los otros. Usar términos peyorativos, ofensivos o sarcásticos, que para nosotros pueden ser simplemente anecdóticos, divertidos o costumbres de nuestro entorno, eventualmente serían la causa de malestar en nuestros interlocutores.
Las raíces de lo que se conoce como “lenguaje inclusivo”, que tiene su origen en gran parte, en movimientos sociales feministas, ha aportado mucho en este sentido, pues evidencian la carga discriminatoria de ciertas formas del lenguaje que eran de uso frecuente y no por eso asertivas.
Comprender los sesgos culturales de cada interacción también nos permite tener una mayor consciencia comunicativa. Esto se refiere a reconocer que entre nosotros media una carga cultural aprendida y formada en nuestra infancia y juventud, que se interpone – o se reconoce – en las interacciones con los demás.
Esto hará que llevemos una serie de prejuicios a las conversaciones y nos apresuremos a calificar, valorar o invalorar lo que el otro dice. Evidenciar nuestros sesgos no nos libera de ellos, quizás no es preciso hacerlo, pero nos permite desarrollar ejercicios mentales para “ponerlos a un lado”, escuchar más asertivamente y considerar otras posturas y aprendizajes, es decir, salir de nuestra “burbuja” informativa y permitir una mayor comprensión del contexto y la cultura de nuestro interlocutor.
Esta consciencia hará que nuestra comunicación apunte a ser más compasiva y, por lo tanto, más empática.
Luego, debemos definir el propósito o la intención que nos motiva en una interacción. ¿Qué buscamos al presentar una idea, una propuesta o un proyecto? ¿Qué resultado esperamos obtener? Puede ser compartir información o aprendizajes, obtener un ascenso, establecer una relación, crear un proyecto o participar en una iniciativa. Cualquiera que sea el propósito, es clave hacerlo evidente a nosotros mismos, pues esto nos ayudará a aproximar lo que queremos comunicar con mayor claridad.
Tener presente lo que buscamos nos facilitará la ruta que debemos seguir y con ella, establecer los puntos que conectan la salida del mensaje o la idea con la entrega del mismo. Estos pasos exigirán de nosotros una preparación, por ejemplo: ¿Cómo es mi interlocutor? ¿Qué conoce de mi idea? ¿Qué prejuicios puede tener? ¿Qué resistencias? Para cada paso definiremos mensajes claves, argumentos que los sustentan o demuestran y metáforas o testimonios de apoyo, entre otras variables. También nos permitirá considerar temas de forma como el vestuario que usaremos – formal o relajado – el uso del lenguaje – técnico o generalista – las ayudas visuales y el escenario que sea más apropiado para generar el entorno deseado, según sea el caso.
Por último, la repetición de mensajes y argumentos, permitirá que los otros graben en su memoria – con mayor contundencia – lo que me propuse comunicar.
Muchas veces creemos que nuestras ideas no son bienvenidas. Asumimos posiciones defensivas por sentir que no somos tenidos en cuenta o escuchados, cuando la causa principal podría ser una gran deficiencia en la forma como nos comunicamos.
La reiteración y la consistencia de lo que decimos hace que seamos reconocidos por nuestras ideas y no por lo que otros interpretan acerca de nosotros. Entiendo que puede parecer un proceso rígido para instaurar en nuestra vida diaria, pero interiorizar estos principios, con seguridad, traerá grandes beneficios a nuestras relaciones y a cómo seremos percibidos y valorados en el tiempo.
Haz una prueba en tu próxima reunión y comparte tu experiencia. Juntos, podremos hacer una diferencia positiva en la vida de nuestra sociedad.
María Avilán